¡Quién iba a creer que una chica tan “rebelde” fuera a llegar tan lejos! Fueron las palabras de una gran amiga cuando llamó a invitarme a la graduación universitaria de su hija. Recuerdo que hace años se quejaba: “Esta niña no me hace caso. Mira cómo se viste, las amistades que busca. Solo le interesan los novios. Yo trato de inculcarle buenos hábitos y modales, pero todo es en vano”.

Un día mientras refutaba, le conté la historia del famoso bambú mágico que existe en China que al año de haber sembrado su semilla no puedes ver ningún crecimiento. Al segundo año, cuando estas listo para verlo brotar, sigue sin asomar ni un solo tallito. Al tercer año, pasa lo mismo y empiezas a dudar del lugar donde lo sembraste. Para el cuarto año, las esperanzas están bastante perdidas, ya que todavía no hay rastro de vida. Entonces, en el quinto año, cuando estas a punto de renunciar, el bambú crece gloriosamente. ¡En tan solo un año alcanza la altura de una casa de dos pisos!

Este relato del bambú nos enseña paciencia con los hijos y con nosotros mismos. Vivimos en una época en que queremos ver resultados rápidos. Somos adictos a los restaurantes de comida rápida. Necesitamos los “mensajes instantáneos”. Solo queremos manejar en el “express lane” y nos hace feliz la computadora más rápida.

Tal vez empleaste un gran esfuerzo en algún proyecto y te decepcionaste al no ver consecuencias inmediatas. O propusiste una nueva idea que no fue aceptada con rapidez y decidiste no insistir más. Aunque no veas nada en el momento, tarde o temprano tus esfuerzos serán recompensados. Así le paso a mi amiga quien no imaginó que su hija llegaría tan alto. Pensó que su buen ejemplo como madre, los consejos y el tiempo que compartían juntas, no hacían ninguna diferencia. Sin embargo, la niña lo absorbía todo. Al final de la ceremonia le dije: “Tu hija es una “niña bambú”, aunque por años no viste la cosecha, la semilla de tu amor estaba germinando”

¡Árbol que nace torcido jamás su tronco endereza!

 

 

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