Antes que nada, quiero mandarles mis mejores deseos a los mexicanos que anoche vivieron una de las experiencias más terribles que podemos experimentar los seres humanos: sentir un temblor peor que el que se vivió en 1985, que en ese entonces fue devastador. El de ahora fue de 8.4 grados, según dice, el más fuerte que se ha sentido en los últimos 100 años en México.

Y no sólo en la capital mexicana se sintió, sino en varios estados del centro y sur del país, como Querétaro, Chiapas, Oaxaca y Tabasco. Fue tan terrible, que desgraciadamente hasta el momento ya se sabe de 16 víctimas.

Pareciera que la naturaleza se estuviera ensañando con nosotros, no salimos de un fenómeno para entrar en otro. El estado de Texas no se recupera aún de los embates del huracán Harvey, que dejó más de 70 muertos y miles y miles de personas que perdieron sus hogares, cuando supimos que Irma, el huracán más fuerte en toda la historia del Atlántico, se había formado y se acerca a Miami, amenazando prácticamente a toda la Florida, ya que su diámetro es dos veces más grande que todo el Estado.

Y mientras miles de personas están evacuando sus hogares en Florida, ocurre el terremoto en México, donde ahora me encuentro con mi familia, concretamente en Guadalajara.

Florida es el lugar donde vivo, tengo mi casa en Miami, ahí trabajo y tengo a entrañables amigos. Y México es el hogar que me vio nacer, que aún habito en mi corazón, y donde también tengo a familia y amigos.

Mi corazón lo tengo hoy dividido. Me duele. Lamento mucho lo que está sucediendo, no puedo imaginar la angustia que representa el huir de un huracán de categoría 5, ni el terror de experimentar un terremoto tan fuerte, que a diferencia del ciclón, llega sin avisar.

Elevo mis oraciones por todas las personas que están pasando por esto y les envío mis mejores deseos, junto con un cachito de mi corazón herido.

Que Dios nos bendiga a todos.

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